NUMEROLOGÍA

14.04.2013 12:37

NUMEROLOGÍA

Por el Prof. Jorge Spinosa

 

TRES

Tres. 1.
 
Tres es universalmente un número fundamental. Expresa un orden intelectual y espiritual en Dios, en el Cosmos o en el hombre. Sintetiza la tri-unidad del ser vivo, que resulta de la conjunción del 1 y del 2, y es producto de la unión de cielo y tierra. El Tao produce el uno; el uno produce el dos; el dos produce el tres... (Tao-Te King, 42).
Pero por lo general, tres como número, primero impar, es el número del cielo y dos el número de la tierra, pues 1 es anterior a su polarización. Tres, dicen los chinos, es un número perfecto (Tch'eng), la expresión de la totalidad, del acabamiento: nada se le puede añadir. Es el acabamiento de la manifestación: el hombre, hijo del Cielo y de la Tierra, completa la gran triada. Es por otra parte, para los cristianos el acabamiento de la unidad divina: Dios es uno en tres Personas. El Budismo posee su expresión acabada en una triple Joya o Triratna (Buddha, Dharma y Sangha); lo que los taoistas traducen para su propio uso en: Tao, Libros y comunidad. El tiempo es triple (Trikala): pasado, presente y futuro; el mundo es triple (Tribhuvana): Bhu, Bhuvas, Swar (Tierra, Atmósfera y Cielo); también en el sistema hindú la manifestación divina es triple (Trimurti): Brahma, Vishnu y Shiva, aspectos productor, conservador y transformador, que corresponden a las tres tendencias (Guna): Sattva, Rajas y Tamas (ascendente o centrípeta, expansiva y descendente o centrífuga). En la tradición shivaíta de Camboya, Shiva está en el centro, mirando hacia el Este, flanqueado por Brahma, a la derecha o al Sur, y por Vishnú, a la izquierda o al Norte. Otros ternarios han sido señalados con respecto a la sílaba sagrada OM, que se compone de tres letras (> AUM), correspondientes a los tres estados de la manifestación. Los Reyes Magos son tres: simbolizan como señala Guénon, las tres funciones del Rey del Mundo, atestiguadas en la persona de Cristo naciente: Rey, Sacerdote y Profeta. Tres también son las virtudes teologales; tres los elementos de la gran obra alquímica: el azufre, el azúcar y la sal.
En la China, los Hi y los Ho, que son dueños del sol y de la luna, son tres hermanos. 
La formación de a tres es, junto con el cuadrado, y por otra parte en conjunción con éste, la base de la organización urbana y militar (Granet, > Trigrama). Para Allendy igualmente, el ternario es el número de la organización de la actividad y de la creación (Alln, 39).
El ternario se expresa con diversos símbolos gráficos, tales como el -tridente, la trinacria (que es un triple pez de cabeza única), y más simplemente, por supuesto, por el -triángulo. El carácter chino Tsi, antiguamente representado por un triángulo, expresa la noción de unión y de armonía. El triángulo solo, o con el tetragramatón hebraico, o también el ojo divino, es un símbolo de la trinidad; es por otra parte un símbolo de la gran triada china. P.G.
2. En las tradiciones iranías la cifra tres aparece por lo general dotada de un carácter mágico-religioso. Se advierte ya la presencia de esta cifra en la religión del Irán antiguo cuya triple divisa es: "buen pensamiento, buena palabra y buena acción"; se designan igualmente estos tres Bukht como los tres salvadores. El mal pensamiento, la mala palabra y la mala acción se atribuyen, al espíritu del mal. Las partes del Avesta que tratan de las cuestiones rituales así como de temas morales abundan en alusión a la cifra tres, que simboliza siempre la trinidad moral del Mazdeísmo. Muchos párrafos de este libro sagrado (Vendidad, 8, 35-72 y 9,1 -36) describen los ritos de purificación que debe seguir un hombre contaminado por el contacto del nasu (cadáver): se deben cavar tres series de tres agujeros que se llenan de Gomez (orina de buey) o de agua. El hombre comienza siempre por lavarse tres veces las manos, y luego el sacerdote asperja las diferentes partes de su cuerpo para expulsar a los malos espíritus. Otra antigua ceremonia mágico-religiosa consiste en hacer un sorteo lanzando tres cañas (o tres flechas).
La cifra tres está ligada igualmente al rito del sorteo por medio de flechas adivinatorias (azlam): la tercera flecha designa al elegido, el lugar, el tesoro, etc. Este rito estaba extendido entre los árabes desde antes del Islam. Se trata de una tradición popular, sin duda muy antigua, que cubre un área muy vasta. Se lo vuelve a encontrar, con variantes, entre los nómadas de la llanura tanto en el Irán como entre los beduinos árabes. Cuando estos tenían que tomar una decisión, escogían tres flechas; sobre la primera escribían "mi Señor me ordena", y sobre la segunda "mi Señor me prohibe", la tercera no llevaba ningúna inscripción. Volvían a poner las flechas en su Carcaj, y luego retiraban de él una al azar y seguían su consejo. Si retiraban la flecha en la que no había nada escrito, comenzaban la operación de nuevo.
En caso de duda sobre un camino a tomar, o sobre una dirección hacia la cual había que volverse (por ejemplo la del mausoleo del santo a quien se quería invocar) era costumbre dar tres vueltas sobre uno mismo y tomar como buena la dirección en que quedaba orientada la cara. Estas tres vueltas simbolizan no solamente la idea de una terminación integral, ligada a la cifra tres en las prácticas psicomágicas, sino también una participación en el mundo invisible supraconsciente, que decide sobre un acontecimiento, de una manera extraña por completo a la lógca puramente humana.
Es a la tercera llamada lanzada por un rey que desea enviar a un guerrero en misión peligrosa cuando el voluntario se designa a sí mismo, testimoniando así la superioridad de su bravura sobre la de los demás.
Asimismo el héroe que parte al encuentro de un demonio declara a sus amigos que lanzará tres gritos: el primero al ver al demonio, el segundo cuando luche con él; y el tercero en el momento de la victoria. Pide igualmente que lo esperen tres días, cuando parte para combatir a un demonio, para penetrar solo en un palacio encantado, o incluso cuando acude a una cita amorosa. Está implícitamente convenido que su carácter heroico le asegura la vida salvo durante los tres primeros días.
Una antigua costumbre simbólica repetida en los cuentos, consiste en levantarse y volverse a sentar tres veces para testimoniar respeto y admiración. Otra costumbre legendaria, frecuentemente referida, consiste en lanzar el águila (baz-paraní). Cuando un rey moría sin descendencia, los habitantes de la ciudad soltaban un águila. El hombre sobre cuya cabeza se posaba ella tres veces consecutivas era escogido como soberano. Este águila se llamaba baz-e  dawlat, el águila de la prosperidad.
Estos tres actos sucesivos, que se encuentran en numerosos cuentos mágicos, aseguraban el éxito de la empresa y al mismo tiempo constituían un todo indisoluble. Los cuentos exponen la fiereza del héroe en los combates cuerpo a cuerpo mediante un gesto simbólico: el héroe levanta a su adversario -a menudo un demonio- y lo voltea tres veces por encima de su cabeza; solo después de este gesto lo arroja al suelo. Para hacer más espantosa la fuerza salvaje del demonio, el cuentista lo describe llegando al combate armado de un tronco de árbol coronado por tres enormes muelas. La cólera y la irritación del rey o del héroe en el seno de una asamblea se manifiestan por tres arrugas que se forman sobre sus frentes: nadie osa entonces aproximarse o tomar la palabra.
Para que un sueño mantenga su eficacia y traiga felicidad, el soñador debe mantenerlo secreto durante los tres primeros días. De no observar esta recomendación -más bien de orden psicológico- se expone a consecuencias fastidiosas. También aquí la cifra tres marca el límite entre lo favorable y lo desfavorable. Es asi mismo en el tercer intento cuando Alejandro obtiene la victoria sobre el sol en una curiosa leyenda. 
Según la tradición de los "Fieles a la Verdad" (Ahl-i haqq) un carácter sagrado acompaña la cifra tres. Se le encuentra frecuentemente ya sea en los relatos cosmogónicos, ya sea en la descripción de los actos rituales. Antes de que dios hubiese creado el mundo visible, en el seno de la perla primordial, hizo surgir de su propia esencia tres ángeles o más bien tres entidades llamadas Se-djasad (tres personas: Pir-Binyamin (Gabriel) Pir-Dawub (Miguel) y Pir-Musi (Rafael) y más tarde creó a Azrael (ángel de la muerte) y a Ram zbar (ángel femenino, madre de Dios), que representan respectivamente su cólera y su misericordia; y luego fueron creados otros dos ángeles, lo que elevó a -siete el número de las entidades divinas. En numerosos relatos tradicionales de esta escuela, la cifra tres está ligada a los acontecimientos históricos o metahistóricos y condicionan su cumplimiento. Los ritos, que representan en la tierra el reflejo simbólico de tales acontemientos, recurren igualmente a la triplicidad: tres días de ayuno anual conmemoran los tres días de lucha y la victoria final del sultán Sihak, teofanía del siglo XIV, y de sus compañeros; tres ademanes del Khan Atash, otra teofanía, llevan al ejército adversario a la derrota; la inmolación de tres carneros, aparecidos de lo invisible, sustituye el sacrificio de tres fieles.
En el dominio ético, la cifra tres cobra igualmente una importancia particular, las cosas que destruyen la fe del hombre son tres, la mentira, la impudicia y el sarcasmo. Las que llevan al hombre hacia el infierno son también tres: la calumnia, la falta de sensibilidad y el odio. Tres cosas por lo contrario guían al hombre hacia la fe: el pudor, la atenta cortesía y el miedo al día del juicio.
Entre los relatos visionarios de los Ahl-i Haqq, se encuentran varios en los cuales la cifra tres está ligada a la realización de un hecho de carácter mágico y psíquico, tales como esa visión en la que el Khan Atash se hace reconocer como teofanía, cambiando tres veces su apariencia a los ojos de sus discípulos.
Hasta los objetos simbólicos están agrupados de a tres: así el tapiz, la marmita y el mantel de una de las encarnaciones divinas, objetos dotados de propiedades mágicas. M. M.
 
3. Tres es el número simbólico del principio macho entre los dogon y los bambara, para los cuales su glifo representa la verga y los dos testículos. Símbolo de la masculindad, lo es también del movimiento, por oposición al -cuatro, símbolo de la feminidad y de los elementos. Para los Bambara, escribe G. Dieterlen, el primer universo es tres, pero no se manifiesta realmente, es decir, no se hace consciente más que con el cuatro. Lo que hace, añade, que la masculinidad (el número tres) sea considerada por los bambara "como un estímulo de partida, que determina la fecundidad, mientras que el florecimiento de esta última y su conocimento total no pueden consumarse más que en la feminidad".
Por este hecho, el -triángulo, que tiene por lo general una significación hembra, sobre todo si tiene la punta hacia abajo, es entre los dogon un símbolo de la virilidad fecundante. Se lo ve, invertido, en el glifo "¡que el Hogon vea!". Hogon es el nombre del jefe religioso, cubierto de pólen que atraviesa con su aguijón el vértice del huevo que representa la matriz uterina (GRIS).
Entre los Peúl el número tres está igualmente cargado de sentidos secretos. Hay tres clases de pastores: los que apasentan el ganado cabruno, los de los ovinos y los de los bóvidos. Pero, sobre todo, tres es el producto del incesto de él y de su carne, pues la unidad, no pudiendo ser hermafrodita, copula con ella misma para reproducirse. 
El tres es también la manifestación, el revelador el indicador de los dos primeros: el hijo revela a su padre y a su madre, el tronco de árbol de la altura de un hombre revela lo que le excede en el aire ramas y hojas y lo que se esconde bajo la tierra, las raíces. Finalmente el tres equivale a la rivadad (el dos) superada expresa un misterio de exceso de síntesis, de reunión y de unión (hamk). A. G.
 
4. La cábala ha multiplicado las especulaciones sobre los números. Parece haber privilegiado la ley del ternario. Todo procede necesariamente de tres que no constituyen más que uno. En todo acto, uno en si mismo, se distingue en efecto: 
1) el principio actuante, causa o sujeto de la acción;
2) la acción de ese sujeto, su verbo;
3) el objeto de esa acción, su efecto o su resultado.
 
"Esos tres términos son inseparables y se necesitan recíprocamente. De ahí esa triunidad que hallamos en todas las cosas" (Wirt, 67). Por ejemplo, la creación implica un creador, el acto de crear y la criatura. "De modo general, el primer término del ternario es activo por excelencia. El segundo es intermediario, activo en relación al siguiente, pero pasivo en relación al precedente, mientras que el tercero es estricamente pasivo. El primero corresponde al espíritu, el segundo al alma y el tercero al cuerpo" (ibid, 68).
Los primeros sefiroth (o numeraciones que componen el árbol cabalístico de la vida) están clasificados a si mismo en tres ternarios. El primero es de orden metafísico y corresponde a lo inmanifestado; incluye a la deidad suprema, a la sabiduría y a la inteligencia, virgen madre que concibe y comprende; el segundo ternario es de orden arquetípico y supraformal; reune la gracia (o misericordia), el juicio (o rigor) y la belleza (o el verbo). El tercer ternario es de orden intermedio o formativo: está relacionado con la acción realizadora y por lo mismo con el cuerpo sutil, engloba la victoria (principio director del progreso), la gloria (el orden justo de la ejecución) y el fundamento (las energías realizadoras del plan) (Wirt, 70-72).
 
5. Los psicoanalistas, a la zaga de Freud, ven en el número tres un símbolo sexual. La misma divinidad es concebida  en la mayor parte de las religiones, al menos en cierta forma, como una triada, en la cual aparecen los papeles de padre de madre y de hijo. La religión católica profesa el dogma de la Trinidad, que asegura en el monoteísmo la trascendencia supraesencial y suprainteligible del propio Uno. En lo que conscierne a Egipto, parece que las triadas divinas no fueran más que temas secundarios (POSD 291). Tres designa también los niveles de la vida humana: material, racional, espiritual o divina. Así como las tres fases de la evolución mística: purgativa, iluminativa y unitiva.
 
 
 
FUENTE: "Diccionario de los Símbolos". Autor: Jean Chevalier - Alain Gheerbart. Editorial Herder. Págs. 1006 a 1020.